El conflicto comercial entre ambas potencias tendrá un desenlace que marcará el futuro de la globalización
El País
La relación comercial es escenario de un titánico pulso entre las dos grandes potencias globales. La dimensión enorme de la batalla reside tanto en la envergadura de los intercambios sometidos a nuevos aranceles -un volumen de comercio que roza los 500,000 millones de dólares anuales- como en las potenciales consecuencias en términos de cadenas de suministro globales.
La tensión en este dominio ha sido muy intensa a lo largo de la presidencia de Donald Trump y la pandemia ha dejado en papel mojado la frágil tregua sellada entre ambos países en enero pasado. Ha puesto, además, en entredicho la fiabilidad de China como principal productor mundial de suministros médicos y equipamientos sanitarios y ha forzado a una revisión generalizada de las cadenas globales de suministro.
El coronavirus, como coinciden buena parte de los expertos, no ha hecho sino acentuar las tendencias económicas, geopolíticas y sociales que ya venían gestándose con anterioridad. También en la pugna entre EE UU y China.
Hace medio año pintaba otro escenario
El pacto firmado el 15 de enero en la capital estadounidense por Trump y el viceprimer ministro chino, Liu He, obligaba a China a comprar 200,000 millones de dólares más en grano, cerdo, aviones, equipamiento industrial y otros productos estadounidenses.
Era la coronación de un gran esfuerzo diplomático estadounidense, un elemento central en la ideología proteccionista que aupó al poder a Trump y es un factor clave para entender las relaciones actuales entre las dos potencias. Pero los nuevos protocolos derivados de la pandemia y la debilidad de la demanda interna y externa por la crisis económica desatada por el coronavirus hacen prácticamente imposible cumplir lo acordado.
“China ha tomado medidas para poner en marcha algunos de los compromisos incluidos en la fase uno del acuerdo comercial, como la protección de la propiedad intelectual, pero la capacidad de cumplir las metas de compras se está desvaneciendo”, subraya el informe de primavera sobre China de Rhodium Group.
En riesgo la economía de ambas naciones
Terreno abonado para que Estados Unidos adopte nuevas medidas sancionadoras o sepulte definitivamente el acuerdo en los próximos meses. “Funcionarios de la Casa Blanca aseguran que las posibilidades de que Trump ponga fin al acuerdo son de un 51% frente a un 49%”, explica Ian Bremmer, presidente de la consultora Eurasia Group, en Nueva York. “Pero no quiere hacerlo demasiado pronto por el impacto que una reacción negativa de los mercados puede tener sobre el ciclo electoral”, advierte.
Trump inició la guerra comercial contra China en marzo de 2018 imponiendo aranceles a las importaciones de acero y aluminio. Una medida que golpeaba de lleno a muchas empresas estadounidenses —desde embotelladoras de latas de refrescos a fabricantes aeronáuticos— y que desató una escalada entre las dos potencias.
Trump y el viceprimer ministro chino, Liu He, se reunieron en enero pasado
En total, EE UU ha impuesto aranceles sobre productos chinos por valor de 360,000 millones de dólares (sobre un total de 452,200 millones de dólares importados en 2019) y China ha sancionado el equivalente al total de productos que compra de EE UU, 110,000 millones de dólares.
Con eso, EE UU logró reducir su déficit comercial con China un 18% el año pasado y situarlo a niveles similares a los de 2016, pero el impacto de los aranceles ha golpeado con dureza a las empresas y consumidores del propio país.
Según un informe de la Reserva Federal de Nueva York, las compañías estadounidenses “han soportado prácticamente todos los costes” de los nuevos aranceles impuestos por la Administración, lo que ha reducido los beneficios y la inversión.
México aumentó sus exportaciones a EEUU por más de 11.5 millones de dólares
Las represalias, decía el informe, les han obligado a cambiar sus cadenas de suministro, con el consiguiente incremento de costes. Tanto que, según los cálculos de la entidad, dos años de guerra comercial con China han reducido la capitalización de las empresas estadounidenses en 1.7 billones de dólares.
“Los grandes beneficiados de la escalada arancelaria han sido Vietnam (que vio aumentar sus exportaciones a EE UU un 35% o 17.500 millones de dólares), junto a Europa (31.200 millones) y México (11.600 millones)”, apuntan en una nota Yukon Huang y Jeremy Smith, de Carnegie Asia Program. Mientras tanto, “la industria estadounidense no ha logrado cubrir esa diferencia y el índice de producción industrial registró su primera caída anual desde 2015”, insisten.
Dominio geopolítico
En realidad, el enfrentamiento entre EE UU y China ha excedido desde el principio los contornos de la relación comercial, con la mira puesta en el dominio geopolítico. Aunque no se haya traducido en el boom de empleo y de la producción de la industria nacional que pregonaba Trump, lo cierto es que los aranceles y las limitaciones impuestas al comercio con compañías chinas, especialmente en el ámbito tecnológico, están obligando a las empresas no solo de EE UU, sino también de terceros países, a buscar proveedores alternativos para sus suministros. Por ejemplo, una encuesta de UBS entre empresas asiáticas apunta que un 85% de sus directivos tienen intención de mover parte de su capacidad fuera de China.
El PIB de China se ha multiplicado por 13
Esta tendencia, que ya existía, se ha agudizado con la covid-19 y la intención de muchos Gobiernos es repatriar la fabricación de productos de primera necesidad, sobre todo médicos y sanitarios, para reducir su dependencia de China ante una posible repetición de episodios de emergencia global. Un escenario que conlleva un claro repunte de las políticas proteccionistas y, con ello, un freno a la globalización, no solo de bienes, sino también –y como novedad– de los servicios.
“El centro de la presión de EE UU sobre su rival geopolítico ha pasado del comercio al acceso a los mercados de capital y la tecnología”, subrayan los economistas de UBP en un reciente informe de perspectivas.
De hecho, la Casa Blanca ha planteado al Congreso que estudie la posibilidad de prohibir que los fondos de pensiones públicos inviertan en activos chinos. Asimismo, ha creado un grupo de trabajo, encabezado por el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, y el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, para decidir si impiden que algunas compañías chinas coticen en Wall Street y, por tanto, no puedan captar la financiación que necesitan para sus negocios. El informe será presentado en agosto.
El enfrentamiento entre EE UU y China no parece enfriarse
“En la Guerra Fría, EE UU podía permitirse imponer sanciones a Rusia porque sus vínculos económicos eran mínimos. Pero ese no es el caso con China”, explica Arthur Kloeber, de Gavekal Research. “Washington tiene que evitar, por un lado, agravar la situación económica en un momento como el actual y no puede olvidar que China es el segundo mayor tenedor de deuda de EE UU, por detrás de Japón”.
Pero como apunta en un informe Raoul Leering, de ING, “si el presidente Trump cree que China puede ser una cabeza de turco para la actual crisis y que eso puede impulsar sus posibilidades de reelección, la adopción de nuevas medidas proteccionistas es una clara opción”, zanja.