El País
En pleno confinamiento por coronavirus, los petardos y fuegos artificiales no tuvieron nada de festivo la noche del domingo. Varias zonas de la banlieue parisina, los suburbios empobrecidos que rodean la capital, registraron altercados presumiblemente relacionados con un confuso incidente, la noche del sábado, entre agentes del orden y un joven en una de esas barriadas que ha reavivado las acusaciones de brutalidad policial que arrastran las fuerzas del orden desde las protestas de los chalecos amarillos.
En las localidades de Rueil-Malmaison, Suresnes y Gennevilliers, desconocidos incendiaron mobiliario urbano, mientras que en Aulnay-sous-Bois, agentes desplegados en la zona fueron víctimas de “emboscadas” con fuegos artificiales usados como proyectiles, según la agencia France Presse. También se registraron fuertes disturbios en Villeneuve-la-Garenne, donde poco después de la medianoche comenzaron a arder algunos vehículos y mobiliario urbano. Mientras, varios jóvenes también lanzaban fuegos artificiales en un parque y petardos desde las ventanas de sus domicilios contra los agentes desplegados en este suburbio al norte de París, según el diario Le Parisien.
Fue precisamente en esta localidad donde comenzaron los conflictos el sábado, a raíz de un todavía oscuro accidente que provocó heridas graves a un joven en un encontronazo con la policía. Un hombre de unos 30 años, que circulaba a alta velocidad en motocicleta y sin casco por una avenida de Villeneuve, resultó herido grave tras chocar contra la puerta abierta de un coche de policía camuflado. La versión policial afirma que el motorista chocó accidentalmente con la puerta, pero testigos aseguran que los agentes la abrieron de forma deliberada. Mientras el joven era trasladado a un hospital con una fractura abierta del fémur, una “cincuentena de individuos”, dijo la prefectura de policía, comenzó a lanzar proyectiles contra los agentes que acudieron al siniestro. Según Le Monde, un agente erróneamente identificado como el policía que provocó el accidente ha sufrido amenazas de muerte tras publicarse su foto en redes sociales.
La fiscalía de Nanterre ha abierto una investigación, anunció la prefectura de policía. El abogado del herido, por su parte, presentó este lunes una denuncia contra los agentes por ejercicio de la violencia por parte de una “persona depositaria de la autoridad pública” y pidió una investigación policial interna del incidente. No es el único. El presidente de SOS Racisme, Dominique Sopo, reclamó que se “aclare” un incidente en el que “los testimonios implican un comportamiento propio de cowboy por parte de la policía”. Desde que comenzó el confinamiento en Francia, el 17 de marzo, se han multiplicado las denuncias de una actuación policial especialmente dura en las banlieues, zonas habituales de tensión policial y donde además el respeto de las normas de confinamiento es más difícil por las condiciones sociales de estas localidades más empobrecidas y con viviendas más precarias.
La Liga de Derechos Humanos (LDH) también ha denunciado ante la justicia acciones políticas durante el confinamiento que, afirma, perjudican sobre todo a las barriadas más pobres, como un endurecimiento del toque de queda decretado en Niza, para los barrios más desfavorecidos, lo que supone una “estigmatización indirecta” de estas zonas menos privilegiadas, sostiene la organización.
LA PANDEMIA EXPONE LAS FRACTURAS EN LA SOCIEDAD FRANCESA
En plena tregua política y con la calle en calma, la crisis lleva a la primera línea a la Francia precaria cuyas reivindicaciones agitaron a los ‘chalecos amarillos’. Las crisis raramente cambian a los países, pero suelen revelar sus disfunciones y sus fortalezas: sus corrientes más profundas, que salen a flote. En Francia, la pelea partidista ha quedado amortiguada por los llamamientos a la “unión sagrada” -fórmula empleada por el presidente, Emmanuel Macron, y sacada de la Primera Guerra Mundial- y por la urgencia sanitaria. En cambio, el coronavirus ha expuesto, de manera más aguda quizá que en tiempos normales, una de las eternas discusiones francesas: lo que Jacques Chirac llamó en 1995 la fractura social: la división entre dos o más Francias. Entonces, sobre todo, económica, pero también geográfica y cultural. Hoy, visible en el perfil de quienes se exponen al virus, quienes impulsan al país adelante.
Desde la constatación de que quienes están en el frente contra el virus son, con frecuencia, personas con empleos precarios y poco considerados socialmente -los cajeros o los repartidores, muchos de ellos mujeres y de origen inmigrante-, hasta el mapa desigual de las poblaciones impactadas por la pandemia, detrás del momento de unidad nacional se dibuja lo que el politólogo Jérôme Fourquet llama “el archipiélago francés”. No son exactamente las clases sociales del pasado lo que aflora ahora: hay médicos en la trinchera y parados en casa. Y en la calle reina la calma: confinamiento obliga. Todo es más complejo. El demógrafo Hervé Le Bras ha escrutado el censo para estudiar en qué espacios viven confinados los franceses, y las conclusiones son llamativas: los profesionales mejor remunerados viven en casas con una media de 1,85 habitaciones por persona; los obreros con un 1,65.
La diferencia es pequeña. Esto se explica en parte porque quienes se sitúan en lo alto de la escala profesional tienden a vivir en apartamentos en ciudades y muchos habitantes de las afueras o las ciudades de provincia tienden a residir en casas unifamiliares. Los datos, en todo caso, sugieren un efecto nivelador de las medidas de distanciamiento social, impuestas en Francia el 16 de marzo. “En el confinamiento hay más igualdad social”, dice Le Bras. “Y esto explica quizá que no hay una gran agresividad social”, añade. La casa iguala, pero el trabajo no, o no siempre. Fourquet, en un artículo publicado en Le Figaro junto con Chloé Morir, de la Fundación Jean Jaurès, demuestra la correspondencia entre la sociología de los trabajadores precarios que siguen activos y no pueden permitirse el teletrabajo, y los chalecos amarillos, el movimiento de protesta de la Francia de las clases medias empobrecidas en las pequeñas ciudades y pueblos de provincias.
“Obreros, trabajadores independientes, asalariados con pocos diplomas o ninguno estaban sobrerrepresentados tanto entre los chalecos amarillos como entre los que están hoy en el frente”, escriben Fourquet y Morin. Los autores los describen como “los primeros de la trinchera”, una alusión a la expresión que Macron empleó en el verano de 2018 para defender a las capas sociales más innovadoras y emprendedoras de la sociedad, los que supuestamente arrastran al resto hacia la excelencia y el progreso. “Los primeros de la cordada”, dijo.
Hoy muchos antiguos “primeros de la cordada” teletrabajan. Y son otros quienes sostienen los servicios mínimos para que funcione la máquina social: los sindiploma o, para usar el término del periodista estadounidense Chris Arnade, los back row kids, los que en la escuela se sentaban en los pupitres de atrás, los malos estudiantes. El mapa del virus en Francia muestra otra diferencia no evidente a primera vista. Las regiones más afectadas son el llamado Gran Este —donde el virus se difundió durante una reunión de una iglesia evangélica en la ciudad de Mulhouse a finales de febrero— y en la región de París, la más globalizada de Francia.