Cultura Colectiva
Bebía agua arrodillada, cazaba peces, pájaros y ranas para comer. Naturalmente, sólo podía comunicarse por medio de gritos y chillidos.
Odias a todos. “Si no existieran estas personas, si tan sólo pudieran desaparecer”, piensas de manera recurrente por lo menos dos o tres veces al día —sobre todo cuando esperas el transporte y te das cuenta de que no puedes subirte porque está saturado—. Pero alguna vez te has preguntado ¿qué harías si jamás hubieras tenido interacción con un ser humano?
Nunca habrías cruzado palabras con alguien, no sabrías qué se siente recibir un abrazo, no tendrías ni idea de lo que es un domingo de chocolate caliente ni tampoco cómo se sienten los besos de mamá en la frente. Jamás te habrías enamorado y mucho menos sabrías qué es leer, cocinar o graduarte de la escuela.
Eso le sucedió a Marie-Angélique Memmie Le Blanc, aunque —para ser honestos—la realidad puede estar muy lejos de las historias que se han tejido alrededor. Se dice que su captura ocurrió en 1731. Un hombre se encontraba junto con su perro en uno de los extremos del bosque que rodeaba la aldea Songi, en Francia. Desde los verdes arbustos vio salir una pequeña y delgada figura. El animal que lo acompañaba —igual de temeroso que él—comenzó a ladrar desesperadamente. Conforme se iba acercando la figura, se podía ver que tenía el cuerpo cubierto de tierra y hojas, sus pies estaban descalzos y en la cabeza tenía una cáscara de calabaza.
El perro siguió ladrando furiosamente, cosa que molestó al improvisado visitante, quien comenzó a golpearlo con un garrote que llevaba en manos. El hombre, aterrado, sólo vio cómo la pequeña criatura terminó con la vida de su mascota y se aproximo a un árbol cercano para dormir.
Según las cuentas que los entusiastas estudiosos —y otros curiosos del caso— han descubierto, la pequeña habría nacido en 1712 en la tribu de indios Fox entre el lago Michigan y Mississippi. Su familia habría embarcado para alojarse en Francia. Después —debido a una tormenta— el barco habría atracado en Marsella, justo en la epidemia de la peste. La madre de la pequeña habría muerto dentro del bosque y ella sobrevivió en soledad de manera instintiva.
Bebía agua arrodillada, cazaba peces, pájaros y ranas para comer. Naturalmente, sólo podía comunicarse por medio de gritos y chillidos. Con sus enormes uñas recogía raíces dentro de la tierra para alimentarse y de tanto balancearse por los árboles tenía los dedos mal formados.
Tampoco es certero quién estuvo a cargo de la menor cuando fue encontrada. Algunos dicen que fue una viuda, otros que un importante político y otros más que una aristócrata francesa. La versión general apunta a que sus tutores eran personas poderosas y gracias al constante cuidado que recibió, aprendió a hablar, leer y escribir en francés perfectamente.
Se dice que cuando pasaron los años se convirtió en religiosa, pero más tarde enfermó y lo dejó todo para habitar en las calles como indigente; pero de nuevo encontró a un hombre rico que subsidiara sus gastos. En 1775, a la edad de 63 años —bastante tiempo para la esperanza de vida de entonces— murió en la opulencia de una casa francesa.
Quedan aún muchos cabos sueltos en esta historia, no hay nada certero. Algunos dicen que la captura ocurrió cuando tenía 19 años y otros aseguran que no era una pequeña, sino un niño.
Aunque continúan existiendo cientos de versiones sobre el caso de Marie-Angélique Memmie Le Blanc, lo que sí es un hecho es que la existencia de niños salvajes fue algo ocasional pero nada extraño en todo el mundo, conoce todas las historias aquí. Y si quieres hechos insólitos de la historia, descubre la danza del Sol y cómo es el sangriento ritual de los guerreros americanos.