En el filme “In the Same Breath”, la cineasta Nanfu Wang exhibe impactantes testimonios de la caótica situación en la que se encontraba Wuhan durante el inicio del brote de coronavirus, y aporta contundentes pruebas de la censura y persecución del régimen de Xi Jinping
Hoy en día, a más de un año y medio del inicio de la pandemia, el resultado de ese manejo negligente es catastrófico: más de 216 millones de casos confirmados, y cuatro millones y medio de muertos en todo el mundo
DESDE LA DESAPARICIÓN del periodista Chen Qiushi, más de una docena de activistas y periodistas fueron arrestados o desaparecidos por documentar el brote de Wuhan y criticar el manejo de la pandemia en China
Infobae
“El 2020 es un año histórico”. El 1 de enero de ese año, el presidente chino Xi Jinping se dirigió a todo el país en el marco de las celebraciones por el Año Nuevo. En su discurso habló de “construir una sociedad próspera” y remarcó que “el patriotismo es la columna vertebral” de China. Pero ese mensaje ocultaba una cruda realidad que se estaba gestando en el país, y que en cuestión de semanas tendría en vilo a todo el mundo: una potencial pandemia estaba en ciernes. Pero el Partido Comunista Chino decidió ocultarlo.
Ese mismo día, mientras millones de chinos se unían a los festejos en todo el país, la prensa estatal difundió un discurso que se repitió en cada uno de los medios que responden al régimen: “Ocho personas fueron detenidas por difundir rumores sobre una neumonía desconocida. Un recordatorio de la Policía: obedezcan las leyes y regulaciones para las actividades en línea. Nadie puede difundir rumores en línea”. El relato monolítico pasó casi desapercibido, pero tenía un claro objetivo: ocultar la existencia de un desconocido virus que ya se estaba propagando entre los humanos.
La directora Nanfu Wang, nacida en China y residente en Estados Unidos hace una década, realizó un contundente documental, titulado “In the same breath” (“Al mismo tiempo”, en inglés es también un juego de palabras porque “breath” significa literalmente respiración o aliento), en el que deja en evidencia el manejo de la información con respecto al origen e inicio de la pandemia en la ciudad de Wuhan. Para reconstruir esos primeros días en los que se empezaba a hablar de un virus letal, la cineasta recogió testimonios e imágenes impactantes. Como consecuencia de los bloqueos y censura del régimen, gran parte de ese material lo consiguió de manera clandestina.
Como todos los años, Wang, oriunda de Wuhan, viajó a su país para celebrar el Año Nuevo en familia. Según relató en el documental que se estrenó en la última edición del festival de cine de Sundance y que está disponible en la plataforma HBO Max, el 23 de enero dejó a su hijo de dos años en China para que pasara las vacaciones con su abuela y ella regresó a Estados Unidos. Ese mismo día, el gobierno chino anunció el cierre de Wuhan. Tres días antes las autoridades habían reconocido por primera vez que el virus podía propagarse entre la gente. Pero “aun así, el virus es evitable y se puede controlar”, afirmaban los medios estatales.
Según los registros de la Organización Mundial de la Salud, el primer caso confirmado en Wuhan fue el 17 de noviembre. Desde entonces las cifras fueron en aumento. Para el 15 de diciembre el total de personas con coronavirus era de 27. Y para finales de 2019, el número de infectados era de 266. El 1 de enero de 2020, la cifra aumentó a 381 y para esa fecha aún no se habían implementado ninguna medida de contención.
Esas medidas recién se tomaron a mediados de mes, cuando la situación ya era caótica e incontrolable. Los hospitales y las líneas de emergencias estaban absolutamente colapsados. Sólo el 23 de enero, las autoridades recibieron más de 14,000 llamados de personas con síntomas de fiebre, tos, dolor corporal y dificultad respiratoria. Muchos pacientes eran trasladados en ambulancia, pero al llegar a los hospitales eran rechazadas por falta de camas. Varios de ellos, los de cuadro más grave o los más adultos, murieron esperando asistencia, mientras que otros debieron atravesar esa desconocida enfermedad en solitario y contagiando, sin saber, a todo aquel con el que se relacionaba. La desesperación y necesidad de asistencia era tal que hubo gente que hizo fila durante días dentro de su auto en los estacionamientos de los hospitales.
Varios usuarios intentaron burlar la censura del régimen y compartir esas dramáticas imágenes en redes sociales, que fueron recopiladas por Wang en su documental. En el filme, la cineasta incluyó un video en el que un policía le advierte a un joven las consecuencias de grabar lo que estaba ocurriendo en Wuhan: “Te harán responsable si subes esto a internet”. Incluso miles de personas que dieron positivo de Covid-19 pero que no pudieron recibir tratamiento por la saturación de los hospitales utilizaron un foro en el que subían sus datos personales “con la esperanza de tener acceso al servicio”.
En pleno confinamiento, las desoladas calles de Wuhan estaban custodiadas por la policía y autoridades del Partido Comunista. Cada movimiento ciudadano requería la aprobación del Partido. En los hospitales sólo podían filmar o tomar fotos quienes recibían un permiso especial del régimen. Era tal el control estatal que los pacientes y empleados de los hospitales se negaban a hablar ante las cámaras por temor a represalias. “No tenemos libertad de expresión”, le reconoció una joven internada a un periodista que consiguió un permiso para grabar y compartió sus imágenes a Wang. En el documental se ve a otras dos trabajadoras sanitarias que tienen la intención de relatar sus desgarradoras experiencias, “pero con la cámara apagada”.
En ese recorrido que hizo el periodista chino, un hombre de tercera edad, al ver que estaba recogiendo testimonios, lo llamó para compartirle su historia. Lo habían hospitalizado por su condición cardíaca, dos veces dio negativo por Covid-19, y finalmente se contagió. Según narró, durante su internación inicial se negaron a transferirlo a un sector “regular”, dando a entender que se contagió por negligencia del hospital. “Me pusieron en un corredor de la muerte”, sentenció.
Al ver que la situación se volvía incontrolable, el Departamento de Propaganda del régimen ideó una estrategia para cubrir el brote de coronavirus: envió a cientos de periodistas oficialistas a informar sobre la situación en Wuhan. Su misión era transmitir información “positiva”. “Los imperialistas nunca dejarán de intentar destruirnos; debemos enfocarnos en historias positivas. Necesitamos usar nuestros bolígrafos y cámaras como armas para contarle al mundo sobre la victoria de China sobre el brote”, eran algunas de las frases que pronunciaban por esos días funcionarios del régimen.
Mientras buscaban dar esa imagen al mundo, puertas adentro obligaban a los hospitales y a sus empleados a no revelar lo que estaba ocurriendo. “No podíamos revelar información sobre el virus”, le comentó a Wang un doctor, bajo condición de anonimato. Otra doctora, en tanto, reconoció que ya sabían la existencia del virus “a finales de diciembre, principios de enero”.