Un pescador capturó accidentalmente el explosivo de 130 kilos en la costa de Langeland
BBC NOTICIAS
Un pescador danés capturó por error un explosivo de 130 kilos, lanzado durante la Segunda Guerra Mundial, en aguas de Langeland y tuvo que ser detonado por las fuerzas armadas.
El ministro de Defensa de Dinamarca compartió información sobre la explosión controlada, que se realizó a 12.5 metros de profundidad en el Mar Báltico.
El Ejército danés llevó la bomba a 3.2 kilómetros de la costa para eliminarla sin peligro para la población, luego de recibir el llamado de un pescador que la atrapó en su red el 3 de diciembre.
“Los pescadores suelen saber qué hacer cuando encuentran munición en sus redes. Se ponen en contacto con las autoridades y luego viene el servicio naval de desactivación de explosivos y la examina”, explicó el representante de las fuerzas armadas Ayn Amripur, a la agencia Ritzau.
La detonación generó un chorro de agua en el Mar Báltico, sin que se registraran daños materiales o personas lesionadas.
Cabe recordar que no es la primera vez que ocurre un incidente de esta naturaleza, pues varias de las bombas lanzadas contra Dinamarca en la Segunda Guerra Mundial no explotaron y quedaron bajo tierra o en aguas tranquilas.
Incluso, la población danesa recuerda el bombardeo del 21 de marzo de 1945, conocido como Operación Cartago, que cobró la vida de civiles tras un ataque “por error” de las fuerzas británicas.
El hecho inspiró la serie de Netflix Una sombra en mi ojo, que cuenta la historia de sobrevivientes del terror por la detonación sobre la ciudad de Copenhague.
CÓMO LOS PESCADORES DE DINAMARCA PROTAGONIZARON UNO DE LOS MAYORES ACTOS DE RESISTENCIA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Era otoño en la Riviera danesa, una serie de pueblos pesqueros a lo largo de la costa a una hora al norte de Copenhague. En la ciudad de Gilleleje, los manzanos colgaban cargados de frutas en los jardines de las cabañas con techo de paja y las rosas rosadas florecían en las dunas que respaldaban la larga playa de arena.
Los turistas comían pescado y patatas fritas en el muelle junto a un puerto repleto de embarcaciones de recreo, y a poco menos de 18 km de distancia, al otro lado de un mar azul en calma, la costa de Suecia flotaba en el horizonte. Era una escena escandinava idílica, pero no siempre este lugar había sido tan pacífico.
Hace 80 años, en octubre de 1943, esta extensión de agua representó una vía de escape para los judíos daneses. Si no lograban cruzar el agua desde la Dinamarca ocupada hasta la Suecia neutral, se enfrentarían a la deportación y posible muerte en los campos de concentración de Europa.
Gracias a la valentía del pueblo danés –y, en particular, de los pescadores y el pueblo de Gilleleje y otros a lo largo de la Riviera danesa– 7.056 judíos daneses de una población total de 7.800 fueron llevados a Suecia y a la libertad.
El hecho es aclamado como uno de los mayores actos de resistencia colectiva durante la Segunda Guerra Mundial. Este octubre, Gilleleje inaugura un nuevo monumento para conmemorar el octogésimo aniversario.
Y una nueva exposición en el Museo del Patrimonio Judío de Nueva York, titulada “Valentía para Actuar: Rescate en Dinamarca”, acercará la historia a un público más amplio.
Este acto de resistencia comenzó tres años y medio después de la ocupación alemana de Dinamarca. “En el verano de 1943 las cosas no iban demasiado bien para Alemania en la guerra”, explicó Lisa Tomlinson, una guía turística local que me mostró los lugares históricos de la ciudad a través de seis placas conmemorativas, empezando por la modesta estación de tren.
“La resistencia danesa se estaba volviendo más valiente y en agosto se produjeron huelgas y sabotajes en todo el país. Hitler decidió dar una lección a los daneses y ordenó en septiembre una redada de judíos daneses que tendría lugar a principios de octubre”.
Mientras pasábamos por las cabañas de los pescadores y la iglesia de la ciudad, Tomlinson señala una tienda que alguna vez fue propiedad de un vendedor de telas que exhibía carteles antialemanes y a favor de la Real Fuerza Aérea danesa.
El gobierno danés había colaborado inicialmente con el régimen alemán, explicó, pero después de tres años y medio, ya habían tenido suficiente. A finales de septiembre, se corrió el rumor entre políticos y rabinos de que los judíos daneses debían huir rápidamente: los nazis iban a acorralarlos en las noches del 1 y 2 de octubre.
La ruta más segura era tomar el tren hasta Gilleleje y encontrar un paso a través del estrecho de Øresund hacia Suecia. En 1943, Gilleleje era un pueblo pesquero con una población de alrededor de 1.700 habitantes donde todos se conocían.
Los soldados alemanes estaban apostados en el hotel cercano y se les veía en las calles de la ciudad y alrededor del puerto. Además, los lugareños estaban nerviosos por las visitas improvisadas de la Gestapo, estacionada en la costa de Helsingør. Los pobladores sabían los riesgos que corrían, pero aun así se unieron para ayudar.
Se encontraron con los judíos que huían en las paradas de los trenes y los ocultaron hasta el anochecer, cuando podrían abordar barcos para el peligroso viaje de dos horas a través de mares tormentosos y azotados por el viento hasta Höganäs y otras ciudades a lo largo de la costa sueca.
“Había algo que Hitler había malinterpretado por completo”, dice Søren Frandsen, autor de un nuevo libro, Kurs Mod Friheden (El camino a la libertad), sobre los acontecimientos de octubre de 1943. “Y eso era que aunque estas personas eran judíos, también eran daneses, y por supuesto se ayudarían unos a otros en caso de crisis”.
La responsabilidad de ayudar a otros en peligro estaba particularmente arraigada en la comunidad pesquera religiosa de Gilleleje. Resilientes y conocedores del peligro, sabían de forma innata el valor de trabajar juntos, crear una red social y unirse para ayudar. “La actitud general de los pescadores era ‘ayudamos a todas las personas que lo necesitan’”, dice Frandsen.
Liderados por el vendedor de telas, los habitantes del pueblo se movilizaron rápidamente, encontraron casas seguras, suministraron alimentos y mantas a las personas escondidas y recaudaron dinero para ayudar a quienes no podían pagar el viaje.
Una de ellos era Tove Udsholt, que entonces tenía sólo tres años y que había llegado a Gilleleje con su madre y con sólo una pequeña bolsa llena de ropa y su osito de peluche.
Su madre gastó el dinero que le quedaba en el pasaje de tren a Gilleleje y compró un pasaje de vuelta para evitar sospechas.
“Ese era el único dinero que tenía mi madre”, me dijo Udsholt, que ahora tiene 83 años, mientras me mostraba la iglesia Gilleleje. “Ella esperaba que la gente la ayudara. Así fue”.
Udsholt es una de las pocas personas que quedan con vida de las que participaron en la gran huida y ofrece charlas y recorridos turísticos regulares sobre sus experiencias. Se escondió con su madre y varias otras personas en una buhardilla en Østergade, a sólo un par de calles de la iglesia.
“Los alemanes estuvieron patrullando todo el tiempo”, dijo, “y yo hablaba mucho. Era peligroso. Un pescador, Svend, vino con comida y mantas, me vio y le preguntó a mi madre si podía ir a casa con él. Ella dijo que sí, pero que tenía que traerme de vuelta”.
Udsholt fue a jugar con el pescador y su esposa a su casa en una calle vecina, mientras su madre se refugiaba en la buhardilla hasta que cayera la noche y las condiciones fueran lo suficientemente buenas para navegar hacia Suecia.
Mientras se escondían, alguien alertó a la Gestapo de un grupo de entre 80 y 90 judíos escondidos en el ático de la iglesia e inmediatamente los arrestaron y los deportaron al campo de Theresienstadt en Checoslovaquia.