BBC / El País
El “otoño del descontento”. En tiempos de crisis, recurrir a Shakespeare nunca falla. Así han descrito los medios del Reino Unido durante toda esta semana el caos vivido en las gasolineras del país. Recordaban el “invierno del descontento” con que fue bautizado el malestar social y económico de 1978: colas en las gasolineras, huelgas salvajes, precios disparados. El preludio de la llegada de la revolución conservadora de Margaret Thatcher. Pero el origen último de la metáfora es el monólogo de quien sería Ricardo III, que al principio de la obra del mismo nombre anuncia el final del winter of our discontent, con el triunfo de la casa de York en la Guerra de las Dos Rosas en el siglo XV. Los euroescépticos británicos, con Boris Johnson a la cabeza, sembraron la división durante la larga y cruenta guerra del Brexit, y se preparan ahora para afrontar el descontento que su exceso de ideología y su falta de previsión han comenzado a provocar entre la población.
Al final de una semana caótica y confusa, el Gobierno conservador anunciaba que 200 soldados ayudarían, a partir de este lunes, a repartir combustible por las gasolineras del país. Y que se aceleraría el proceso para comenzar a llevar camioneros de la UE, en contra de todo lo defendido con la nueva Ley de Inmigración que propulsó el Brexit.
“Esto es desesperante. Muchos compañeros han tirado la toalla. No puede ser que salgan a trabajar dos o tres horas y tengan que aguantar luego tres horas más en una cola para repostar gasolina”, dice Juanjo Herrera. Británico y español, hijo de inmigrantes, lleva 28 años al volante de uno de los legendarios taxis negros que recorren las calles de Londres. “Cuando la huelga de camioneros también cerró gasolineras en el año 2000, con Tony Blair, todo fue más ordenado. Había estaciones de servicio solo para taxis, o solo para ambulancias o para bomberos. Ahora el Gobierno ha decidido más bien no hablar del problema, como si no existiera”, se queja.
En la mañana del viernes, cuando Downing Street llevaba ya dos días asegurando que la situación se comenzaba a estabilizar, la gasolinera de Shell en Harrow Road, al oeste de Londres, permanecía cerrada. Ni una gota de combustible. Aby, dentro de la tienda, se paseaba sin saber qué hacer. “Creo que esta tarde llega un nuevo camión cisterna. Llevamos dos días paralizados”, aseguraba. A dos kilómetros de distancia, la estación de servicio del supermercado Sainsbury´s tenía en funcionamiento la mitad de sus surtidores. Cuarenta y cinco vehículos, contó el reportero, hacían una zigzagueante cola por todo el aparcamiento exterior de la gran superficie. El Gobierno de Johnson suspendió sine die la Ley de la Competencia para que las empresas petroleras pudieran intercambiar información y acordar dónde estaba la prioridad. Claramente, en las gasolineras de autovía y en los puntos clave de las grandes ciudades.
Y para calmar el nerviosismo de los miles de conductores que se lanzaron a repostar, Downing Street ha dado orden a los ministros de que no usen la palabra “pánico” en ningún momento, al mismo tiempo que se anunciaba que 200 soldados estaban ya preparados para ponerse al volante de los camiones cisterna.
La consigna repetida a lo largo de la semana por todos los ministros ha sido que el Brexit no tenía nada que ver con lo ocurrido. Era una explosión general de demanda, en todo el mundo, al salir la economía de la hibernación de la pandemia. Así lo explicaba Johnson cuando se decidía finalmente a dar la cara el pasado miércoles. Pero ni en Francia, ni en España, ni en Alemania había colas en las gasolineras. El combustible no llegaba a los surtidores porque en el Reino Unido faltan camioneros. Hasta 90.000, según la Asociación de Transportistas por Carretera. Y de esos, al menos 20.000 eran conductores de la UE que regresaron a sus países durante el largo confinamiento. La Ley de Inmigración que se apresuró a aprobar el Gobierno conservador en cuanto el Brexit fue una realidad es mucho más restrictiva. Los ciudadanos comunitarios deben someterse al mismo sistema de puntos que los del resto del mundo. En esas condiciones, ni han vuelto los camioneros que se fueron ni quieren acudir a trabajar otros transportistas del continente. La decisión de Downing Street de conceder 5.000 nuevos visados por tres meses para contratar conductores de la UE, considerada rácana y tardía por los empresarios, ha sido un reconocimiento implícito de la parte de culpa que el Brexit tiene en toda esta crisis. No solo con los camioneros. También con los trabajadores de la agricultura, la ganadería, la hostelería o los servicios. El mismo supermercado que racionaba la gasolina ha visto durante estos meses cómo muchas de sus estanterías permanecían vacías.
Dieciocho meses después de la pandemia de covid, otro invierno muy difícil parece cada vez más probable, con temores sobre un resurgimiento del virus combinado con un aumento de la inflación y una crisis energética y de la cadena de suministro.
Entonces, ¿qué podemos esperar y qué tan significativos son los paralelismos con la década de 1970?
La primera es la pandemia en sí. Todavía hay un gran volumen de casos.
No tenemos tantas muertes u hospitalizaciones como en oleadas anteriores, pero el inicio del invierno, junto con la naturaleza más infecciosa de la variante delta y el hecho de que muchas personas aún no están vacunadas, podrían significar más restricciones.
Cuando el primer ministro Boris Johnson anunció este mes de septiembre un “plan B” con más restricciones, no se descartó nada y se mencionaron como posibilidades las mascarillas y el trabajo remoto. Potencialmente, esto significa más trastornos económicos.