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En los fuertes de Loreto y Guadalupe, el valor mexicano escribió una página imborrable al derrotar al mejor ejército de su tiempo, dejando una herencia de resistencia y orgullo
Monserrat Reyes
La maquinaria del imperio ya se había puesto en marcha. El general Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, al mando del ejército francés, confiaba en una conquista rápida y sin mayores complicaciones. Imaginaba que sus tropas avanzarían por México como en un desfile triunfal, sin imaginar que la resistencia republicana representaría un verdadero desafío. Estaba convencido de que el pueblo, influenciado por el clero, recibiría con entusiasmo a quienes venían como defensores de la fe católica, y que los republicanos no tardarían en rendirse.
A mediados de abril de 1862, el ejército francés inició formalmente las acciones militares. En su camino hacia la Ciudad de México, intentó apoderarse de Puebla, una ciudad con fuerte influencia clerical. Sin embargo, las fuerzas mexicanas, bajo el mando del general Ignacio Zaragoza, líder del Ejército de Oriente y hábil estratega, lograron contener la ofensiva. Zaragoza condujo al enemigo hacia las posiciones mejor fortificadas: los fuertes de Loreto y Guadalupe, donde fue repelido tres veces hasta obligarlo a retirarse.
La batalla del 5 de mayo ha sido ampliamente documentada debido a su profundo impacto histórico. Más allá del logro de vencer al ejército más poderoso de la época, la victoria representó un impulso moral para México: fortaleció la confianza de sus tropas y frenó durante un año el avance del enemigo. El general francés, cuya arrogancia era evidente, recibió una dura lección. Antes de la derrota en Puebla, había menospreciado al ejército mexicano y asegurado que conquistaría la capital entre el 20 y el 25 de mayo de ese mismo año.
Tras reportar la derrota, el general Lorencez modificó su versión de los hechos: exageró el tamaño del ejército mexicano para justificar su fracaso y solicitó refuerzos de entre 15 y 20 mil soldados. Lo cierto es que Ignacio Zaragoza llevó a cabo una defensa ejemplar de Puebla, a pesar de tener menos tropas, menor capacidad armamentista y un entrenamiento militar inferior. Además, enfrentó no solo al ejército invasor, sino también la hostilidad de sectores clericales poblanos que simpatizaban con los franceses. Mientras tanto, en Francia, crecía la crítica contra la política expansionista de Napoleón III. Figuras como los diputados Jules Favre y Edgar Quinet condenaron públicamente la intervención y se pronunciaron a favor de la soberanía mexicana.
A pesar de las críticas internas, el orgullo nacional prevaleció en Francia, y Napoleón III recibió autorización para destinar los recursos necesarios con el fin de vengar la derrota que el ejército francés sufrió el 5 de mayo a manos de las fuerzas mexicanas. En respuesta, el gobierno de Benito Juárez se alistó para una defensa más firme. Desde abril, haciendo uso de las amplias facultades otorgadas por el Congreso, el presidente había decretado que cualquier mexicano que colaborara con los invasores sería considerado fuera de la ley.
En septiembre, el presidente Juárez ordenó que todos los hombres de entre 16 y 70 años en las ciudades de México y Puebla trabajaran una jornada semanal en la construcción de fortificaciones. Tras la victoria del 5 de mayo, el ejército republicano sufrió varias derrotas en diferentes localidades de Veracruz. El general Zaragoza, víctima del tifus, falleció y fue reemplazado por Jesús González Ortega, quien resistió un sitio de 62 días antes de rendir la ciudad de Puebla el 17 de mayo de 1863.
A partir de ese momento, la resistencia mexicana se reorganizó bajo la modalidad de guerrillas, y en marzo de 1867, los últimos soldados franceses abandonaron el puerto de Veracruz. A pesar de contar con un ejército de 40 mil hombres, no lograron someter al país. Este fue el cierre de lo que podría considerarse la segunda independencia de México, marcando el fin del imperialismo europeo en América.
Patricia Galeana, historiadora y académica mexicana, resalta en su obra el impacto de figuras como Ignacio Zaragoza, quien, al enfrentar al ejército francés, dejó una huella imborrable en la historia de México. En su reconocido trabajo, Galeana cita con fuerza las palabras del líder militar: “Soldados, leo en vuestra frente la victoria… fe y… ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la patria!”
Galeana, doctora en Estudios Latinoamericanos y profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ha sido una figura clave en la preservación y difusión de la historia de México. A lo largo de su carrera, ha dirigido el Archivo General de la Nación, el Acervo Histórico Diplomático y el Instituto “Matías Romero” de Estudios Diplomáticos. También presidió el Comité de Historia Cultural del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) y fue secretaria técnica ad honorem para los festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución en el Senado de la República.
Entre sus destacados trabajos se encuentran libros como Relaciones Iglesia–Estado durante el Segundo Imperio, México y el Mundo: Historia de sus relaciones exteriores (1848-1876) y José María Lafragua: Intelectual y político, los cuales profundizan en momentos clave de la historia nacional.