En tiempos de incertidumbre, angustia y confinamiento, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas como la de este pintor checo
Infobae
Una mujer frente a una ola. No hay nada más. Las rocas, empapadas, debajo; el cielo, con un pájaro surcándolo, arriba. Luego no hay nada. Es una escena íntima, elemental, casi como una abstracción de toda época. La pintó Frantisek Kupka en 1902 bajo el título de La ola. El rostro de la mujer no se ve, por lo tanto no expresa sentimientos. ¿Será ella la protagonista de la escena o, como el título de la obra lo dice, la ola?
Es una acuarela sobre cartón que mide 40.8 cm por 50.2 cm y se encuentra en la Národi Galerie, en Praga, República Checa. En ese país nació Kupka, en Opočno, Bohemia oriental, en 1871. De chico se interesó por el arte: dibujaba muy bien y se daba mucha maña con las manualidades. A los trece abandonó la escuela y se hizo aprendiz de guarnicionero en una talabartería.
En algún momento de la jornada laboral, tal vez mientras arreglaba una montura o cocía una albarda, entendió que quería ser artista y experimentar en la creación. Fue entonces que comenzó a estudiar en el taller de Frantisek Sequens, mientras trabajaba como médium espiritista. A los 21 ingresó a la Academia de Arte de Praga y empezó a pintar temas históricos y patrióticos.
II
A Kupka le interesaba sobremanera la teosofía y la filosofía oriental, y eso empezó a plasmarse en sus obras. Estaba en una búsqueda —lo que jamás cesaría a lo largo de toda su vida— que decantó en una pintura simbolista. Luego de algunas exposiciones en Viena decidió partir a París, la capital cultural de la época. Para ganarse la vida ilustraba libros, carteles y hacía dibujos satíricos para diarios y revistas.
Sin embargo, para lidiar con la vorágine parisina, se reposaba en la filosofía oriental, en la contemplación, en observar los paisajes, la esencia de los momentos, respirar, meditar, crear. De esa época es La ola, donde “Kupka manifiesta un deseo de liberar la pintura de imposiciones academicistas y manejar libremente los colores aunque se perjudique la descripción detallada del cuadro”, sostiene Mercedes Tamara.
Es una obra delicada que amalgama muchas ideas y sensaciones de aquel entonces: no sólo su inclinación hacia la filosofía oriental, también todo lo que aprendió en sus años de formación pictórica, las inquietudes intelectuales de un lector voraz —leía Platón y los Vedas indios, pero también Arthur Schopenhauer y Frederich Nietzche— y su interés por la unión entre pintura y música.
III
Si Kupka estaba en una búsqueda permanente, ¿por qué debería haber ahondado en el simbolismo de La ola? No, siguió creando, siguió experimentando y fue por más. Entonces que llegó al arte abstracto. Allí, en París, comienza a relacionarse con las vanguardias y a elaborar una obra intensa que se preocupa, no sólo por las formas, también por el color.
Es una etapa donde “oscila entre los espiritual y lo científico, por lo que en su obra hay una especie de síntesis entre la abstracción geométrica y la orgánica”, dijo la crítica de arte Brigitte Lea. Siguió experimentando, llegó al cubismo y al orfismo. El mundo comenzó a poner atención en su obra a tal punto que llegó a exponer en el MoMA de Nueva York y en el Jeu de Paume de París.
Podría decirse que la fama le llegó de grande. Su primer contrato con un marchante lo firmó a los 80 años. Pero el verdadero reconocimiento de su obra llegaría tras su muerte. No era sólo arte abstracto, como muchos pensaban. Dejó una gran cantidad de cuadros en una notable variedad de estilos. Murió en Puteaux, Francia, en 1957, a los 85 años.