Me vestí de rojo, con tacones negros y un anillo de diamantes que me regaló mi abuela. Salí en una van negra con chofer, de la mano de mi novio, hacia la gran gala: Latin Grammys Celebra Ellas y su Música. Univision y Latin Grammys habían creado un evento para celebrar a las mujeres en la música latina y, a mí se me reventaba el pecho del orgullo de estar ahí, de poder compartir la tarima con grandes como Thalía, Alejandra Guzmán o Gloria Estefan y, de mostrarle al mundo, en un minuto con cuarenta y dos segundos, lo que mejor hago: cantar.
Llegué a la gala espléndida. Posé para las cámaras, saludé a los organizadores del evento, sonreí, bailé y canté. Todo era brillo, luz y felicidad. Por ningún lado se me veía la tristeza que sentía por dentro. La noticia de su muerte llegó justo un día antes del gran evento. Mi familia dudaba contarme, pues sabían que tenía que cantar al día siguiente, pero nunca hay un buen momento para dar malas noticias. Cuando me desperté, vi tres llamadas perdidas de mi papá y supe que había pasado algo. “Murió mientras dormía”, me dijeron, “No sufrió nada”. Palabras que alivian el dolor, al menos un poco mientras empiezas a imaginar un mundo que jamás habías imaginado; un mundo sin tu abuelo.
No les tengo que explicar cómo funciona el duelo, todos hemos pasado por uno, pero en cuanto recibí la noticia, se me quitaron las ganas de todo. Se me fue el deseo de cantar, de bañarme, de vestirme bonita, de ver gente y de celebrar. Pasé el resto del día en un ciclo extraño: lloraba, llamaba a mi familia y comía helado. El evento, la razón por la que había ido hasta Miami, ya no me emocionaba.
Llegó el día de la gala y yo parecía un robot, haciendo todo en automático, con un maratón de “Friends” sonando de fondo en el televisor. Estaba desanimada, hasta que justo antes de salir, llamé a mi abuela, viuda desde hace un día, y ella me dijo exáctamente lo que tenía que escuchar: “Tu abuelo tenía muchas ganas de verte cantar en el “show”. ¡Estaba emocionadísimo! Te estará viendo desde el cielo”. Me aguanté las lágrimas (para no dañarme el maquillaje, sino hubiese llorado a cántaros), me armé de valor y salí por la puerta.
¿Han escuchado “El Cantante”, de Héctor Lavoe? Dice así:
Y nadie pregunta
si sufro, si lloro,
si tengo una pena
que hiere muy hondo.
Yo soy el cantante
porque lo mío es cantar
y el público paga
para poderme escuchar.
Los artistas trabajamos y sonreimos hasta cuando estamos rotos. Somos vehículos de emociones para nuestro público y a veces nos toca olvidarnos de nosotros mismos para emitir sentimientos que chocan con los que llevamos dentro. Te podemos hacer reir cuando nosotros queremos llorar y enamorarte con una canción cuando estamos despechados. Te podemos dar el mejor concierto de tu vida, a pesar de que unas horas antes, no teníamos fuerzas para pararnos de la cama. Nuestro trabajo es sentir y hacer sentir, es canalizar lo que nos pasa y volverlo arte, es darle a nuestro público lo que merece, sin importar cómo estamos nosotros. A veces es fácil, otras veces no, pero siempre es algo que amo de mi trabajo porque me recuerda que los seres humanos somos mucho más fuertes de lo que pensamos.