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Se cumple un siglo del nacimiento de uno de los saxofonistas más importantes de la historia. Tuvo una vida corta y llena de excesos, pero dejó un legado infinito que cambió la forma de componer y escuchar música, así como de escribir obras literarias
Bird nació el 29 de agosto de 1920 en Kansas City, que en la década del ’30 fue uno de los principales epicentros del género. En sus clubes nocturnos tocaban los mejores músicos y, para un joven aprendiz como él, frecuentarlos fue la mejor escuela. Como los negros tenían prohibido el acceso al conservatorio, aprendió a tocar el saxo de forma autodidacta con la ayuda de todo aquel que estuviera dispuesto a darle consejos. Su regla de oro era que si sonaba bien, entonces estaba haciendo lo correcto. A los 15 años ya tenía un interés casi obsesivo por dominar el instrumento, aunque su potencial empezó a verse recién dos años más tarde. Para Lawrence Keyes, un pianista que vivía cerca de su casa y que le dio su primera oportunidad al incorporarlo a su grupo, “si Charlie hubiera sido tan aplicado en los estudios de bachillerato como en la música, habría llegado a catedrático”.
Parker buscaba juntarse con músicos más experimentados que pudieran enseñarle a tocar mejor. El prestigioso saxofonista Buster Smith, también conocido como “Profesor”, lo contrató para su orquesta y se convirtió en su mentor. No sólo no se perdía ningún ensayo sino que iba a su casa para seguir perfeccionándose. Charlie incluso lo llamaba “papá”.
A los 18 años, el joven músico abandonó Kansas City y se fue a Nueva York, donde Smith lo cobijó en su casa. Consiguió trabajo de lavaplatos en el restaurante donde tocaba el pianista Art Tatum, que tenía una revolucionaria técnica que Parker luego aplicaría en su instrumento. Tatum fue una clara influencia en todos los artistas del jazz moderno, pero Bird tuvo la oportunidad de verlo en directo cada noche durante tres meses y aprender sus mejores trucos. De regreso a su ciudad natal, se unió a la orquesta de Jay McShann, con la que salió de gira y entró a un estudio de grabación por primera vez.
Con lo que incorporó viendo a Tatum, Parker fue desarrollando una manera de tocar que muchos consideraban extravagante o errónea, pero que tras pulirla fue ganando adeptos. Era la época del swing y lo que él proponía era un cambio de paradigma en el que el jazz dejara atrás el baile y se transformara en una música que exigiera más escucha y atención. Para eso había que romper con la precisión y los arreglos de las big bands y dar más lugar al virtuosismo, la improvisación y los solos. Esto también implicaba acelerar los tiempos e incorporar estructuras más complejas. Así, con Bird a la cabeza, y de la mano de otros grandes como Dizzy Gillespie, Thelonious Monk y Miles Davis, nació el bebop, el siguiente paso en la evolución del género.
Pocos músicos lograron reescribir las reglas de un género musical como lo hizo el saxofonista Charlie Parker. Vivió demasiado rápido, como un rockstar antes de que se inventara el rock ’n’ roll, pero su forma de tocar lo cambió todo para siempre. A cien años de su nacimiento, recordar su legado es sumergirse en una de las épocas más prolíficas e innovadoras del jazz.
EL JAZZ Y LA LITERATURA
Bird vive también en la literatura. Para los poetas de la generación Beat, como Allen Ginsberg y William Burroughs, el bebop ofició de banda sonora de sus propias obras. Las improvisaciones de Parker y Gillespie los empujaron a romper con las estructuras narrativas preestablecidas y a utilizar el lenguaje con mayor libertad. En la escritura beatnik la cadencia de las palabras lleva el sello de los fraseos del jazz moderno, a quien Jack Kerouac le dedicó un poema en el que lo compara con Buda y Beethoven. El autor menciona esta canción en su famosa novela En El Camino para situar la época en la que transcurre: “entre el período de “Ornithology” de Charlie Parker y otro periodo que había empezado con Miles Davis”.
JULIO CORTÁZAR, SU CUENTO EL PERSEGUIDOR (1959)
Julio Cortázar dijo que el jazz ha sido una de sus principales influencias. “Me enseñó cierta sensibilidad de ‘swing’, de ritmo, en mi estilo de escribir. Para mí las frases tienen un ‘swing’ como lo tienen los finales de mis cuentos, un ritmo que es absolutamente necesario para entender el significado del cuento”, reflexiona en una entrevista que dio a Evelyn Picon Garfield, publicada en el libro Cortázar por Cortázar. El bebop le encantaba y no sólo le dio las herramientas que le permitieron desarrollar su prosa, sino que puso ante sus ojos al personaje que necesitaba para uno de sus cuentos más célebres: Johnny Carter, el protagonista de “El Perseguidor” (1959), está inspirado en Bird.
El relato, que forma parte del libro Las Armas Secretas, describe una situación en la que este personaje llega al estudio en muy malas condiciones para grabar una canción llamada “Amorous”. A pesar de haber perdido todo tipo de autocontrol, sus compañeros de banda describen que la toca de una forma que nunca habían visto, “hasta que de golpe suelta un soplido capaz de arruinar la misma armonía celestial”. Mientras que todos sienten que están frente a uno de los momentos más gloriosos del jazz, para Carter se trata de una de sus peores performances.
“Amorous” es en realidad “Lover Man”, una canción popularizada por Billie Holiday, y el episodio está basado en la historia de la versión que grabó Charlie Parker para el sello Dial en 1946, que él nunca perdonó que saliera a la luz porque deja al descubierto su estado calamitoso. Antes de la sesión se había tomado un cuarto de botella de whisky y no podía seguir a los demás músicos. A pesar de los errores, su interpretación es sublime.
Tanto Parker como Carter tenían pensamientos en su cabeza que sólo podían plasmar a través de la música. Mientras que el primero escuchaba sonidos que recién pudo reproducir cuando encontró la técnica adecuada, el segundo tocaba el saxo para conectarse con una dimensión que excede a los simples mortales.
“Esto lo estoy tocando mañana” repetía el personaje de Cortázar, que en palabras del narrador era “un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia de las dimensiones de su obra”. La descripción del escritor argentino no es azarosa y se acerca muchísimo a la figura de Parker. El saxofonista sacudió los cimientos del jazz y lo convirtió en una música de vanguardia que se abriría en infinitas vertientes. Sin embargo, su acelerado y errático estilo de vida acabó con él antes de que pudiera cosechar lo que había sembrado.
Para Miles Davis, la historia del jazz “se puede contar en cuatro palabras: Louis Armstrong. Charlie Parker”. Bird, al reescribir sus reglas, lo partió literalmente en dos. Fue criticado por los puristas, venerado por sus contemporáneos y comprendido póstumamente por todos los que vinieron después, que convirtieron su lenguaje musical disruptivo en una convención.
Como bien señala Giddins, “los hechos de la vida de Charlie Parker tienen poco sentido porque no consiguen explicar su música”. Él finalmente obtuvo el reconocimiento que anhelaba, aunque lo logró después de su muerte. La belleza de su obra era demasiado inmensa para ser apreciada en su momento. Por suerte, el tiempo pone las cosas en su lugar y las grabaciones de Bird siguen siendo, aún hoy, un portal que transporta al oyente hacia un mundo desconocido, tal vez, quién sabe, el mismo que creó Julio Cortázar en la mente de Johnny Carter.
Charly Parker murió en Nueva York el 12 de marzo de 1955 de un ataque cardiaco, mientras veía la televisión.