MEN‘S HEALTH
Existen diferentes animales que habitan en el zoológico laboral. Aquí te decimos cómo lidiar con cada uno de ellos.
Inicias tu carrera tratando de ser la mejor persona posible y lo haces muy bien. Pronto, te ofrecen un trabajo para el cual no estás del todo calificado: ser jefe.
Primero, un jefe menor y luego, si demuestras la firmeza necesaria, un gran jefe. Lo que sucede es que todas esas cualidades que te convierten en un subordinado efectivo paciencia, autosuficiencia, una tendencia a hacer las cosas por ti mismo, un espíritu democrático y el deseo de adaptarte posiblemente hagan de ti un jefe menos efectivo que aquel ogro irritable y obsesionado consigo mismo que tiene su oficina al final del corredor y que grita todo el tiempo. Aun así, perseveras. Tratas de ser un buen empleado e, incluso así, ser jefe, porque todavía no te has transformado en el completo bastardo que serás más adelante… Sin embargo, hay un grupo de individuos que obstaculizan tus esfuerzos y llevan tus capacidades administrativas a un límite absoluto y, en ocasiones, incluso las superan. La buena noticia es que existe una estrategia específica y clara para tratar con cada uno de estos personajes. Una vez que los detectes, es tu obligación vencerlos. Sin embargo, en la actualidad no es fácil despedir a los empleados, así que tendrás que actuar con inteligencia y utilizar gran parte de las habilidades que te ayudaron a llegar al puesto administrativo que actualmente ocupas.
EL SEÑOR EGO AMBIGUO
Su eficiencia es poca, pero es una verdadera molestia. El tipo no se soporta ni él mismo. La esencia de cualquier relación positiva entre tú y un subordinado es la convicción de que trabaja, piensa y sueña por tus intereses y no por los suyos. “En una ocasión trabajé con un tipo que estaba muy al pendiente de la oficina de su jefe”, explica Gil Schwartz, ejecutivo de CBS TV en Estados Unidos y editor colaborador de la revista Fortune. “Se preocupaba por el espacio de estacionamiento, la oficina y las opciones accionarias de su jefe. ¡Trabajaba tanto que reemplazó no sólo a su propio jefe, sino también al jefe de su jefe! ¡Lo sé porque fui yo!”
LA ESTRATEGIA:
Cuida el ambicioso ego manteniéndote al tanto de todo. “Asegúrate de que te copie sus correos electrónicos”, aconseja Schwartz. “Si afloja el paso, recuérdale sus obligaciones. Si quiere más dinero o un título nuevo, haz que trabaje para conseguirlo. Para mantenerlo interesado, invítalo a sólo el 50% de los eventos clave a los que él desea tener acceso. Y asegúrate de que sepa que absolutamente todo lo bueno del universo proviene de ti y sólo de ti”, añade.
EL SEÑOR QUEJUMBROSO
Su oficina es como la de todos los demás, sus hábitos de trabajo no son malos, tiene un salario decente, tiene salud y casi todo su cabello. Sin embargo, siempre está quejándose. Sale corriendo en cuanto el reloj da las seis de la tarde, pero dice que trabaja demasiado tiempo. Debes decirle con frecuencia lo bien que hace su trabajo, pero que no lo valoran. Sobre todo, quiere más: más dinero, más espacio en su oficina, más prestaciones. Y si no lo obtiene, rompe en llanto y se atormenta.
LA ESTRATEGIA:
“El total desapego emocional le otorga poder a la persona que lo logra”, comenta Schwartz. En esta situación, las señales están indicando que ha llegado el momento de construir una barrera. ¿Cómo? Sencillo: poniendo a otro gerente entre tú y el quejumbroso.
EL SEÑOR DESMORALIZADOR
Te va a decir: “¿por qué no participamos en esa conferencia?”, o “escuché que nuestros rivales desarrollan una tecnología competitiva”. Esto te despierta a medianoche. Hay muchas cosas que no quieres saber, sobre todo situaciones vitales en las que no puedes hacer nada. Cosas que a él le encanta recordarte.
LA ESTRATEGIA:
Haz que se instale del otro lado de la oficina y asígnale diversas tareas que tengan fechas límite estrictas. Su incipiente nivel de paranoia es contagioso y goza con los chismes, rumores y especulaciones de oficina. Recuerda que, en realidad, trata de ayudarte con información que considera necesaria para tu supervivencia en un mundo que trae consigo una carga de peligros inminentes. Verdaderamente es una lástima. ¿Qué puedes hacer? Haz que se concentre en el verdadero objetivo del negocio: destruir a tus enemigos y no a ti y tu equipo.
EL SEÑOR HABLADOR
Habla hasta cansarte. Llega con una taza de café y se para en tu puerta para discutir sobre las tendencias en la industria. Te dice qué pasa con las ventas, qué sucede en el cuarto piso, lo que hacen los viernes en el bar compañeros de trabajo que ni siquiera conoces. Padece esa condición tan común entre aquellas personas solitarias e inseguras: diarrea bucal. Si no se calla, uno de los dos va a morir y, como tú eres el jefe, seguramente no serás tú.
LA ESTRATEGIA:
Mientras habla, garabatea en una hoja de papel sin mirarlo. En forma ocasional, levanta la vista y di algo como: “¿mmm?, ¿qué quieres decir, Ernesto?”. Puedes agregar algunas palabras adicionales como: “ah, sin duda” o “sí, mañana”.
EL SEÑOR ADULADOR
Lo reconoces porque, de vez en cuando, eres tú mismo. Quizá las personas a las que tienes que adular se encuentran en un nivel más alto, pero eso no importa. Es sencillo reconocer a un adulador y tú eres uno de ellos o, en todo caso, un mentiroso. “Este tipo sólo representa un problema cuando está fuera de control, por ejemplo: a) cuando te dice cosas que no son ciertas con el único propósito de intrigar, porque un gerente es tan eficiente como la calidad de su información, o b) cuando está adulando a otra persona”, explica Schwartz.
LA ESTRATEGIA:
Capta la atención hacia el propio adulador. “Cierto, Emilio, eres un insecto”. Llamar a cualquier persona por su nombre le hace pensar en la calidad de sus actos. Y la adulación se relaciona con la calidad. Es como una ostra: si se abre, aunque sea un poco, podría resultar altamente venenoso.